TRAIGO UN REINO

Francesca Santoro
6 min readApr 18, 2021

--

Cuando era chica y me preguntaban a qué le temía más, yo decía que a la muerte. Pero en la adolescencia esa respuesta empezó a cambiar radicalmente. “A la soledad”, decía yo, cuando me atrevía a hacerlo porque parece que a la gente no le gusta mucho oír esto. Preferían más oír mi respuesta de niña, más esperable supongo.

Hace mucho quería escribir sobre esto. Igual yo siempre quiero hablar de muchas cosas. Pero es que, como a todes supongo, la cuarentena ha hecho que ciertos asuntos en mi vida se hayan vuelto más importantes. Otros dejaron de serlo.

Dudo que alguien de este país esté impávido ante todo lo que estamos viviendo. Como leí por ahí, ser chilenx es un eterno: ¿Me estay webiando? Y sí po. Pasamos de estar en nuestras rutinas de trabajos precarizados y un poco aburridos, acostumbrados a que a algunos les vaya bien y a otros no tanto, a dar la Revuelta popular más importante y hermosa que hemos tenido, y después a encerrarnos en nuestras casas de un día pa otro, sin que nadie nos preguntara si estábamos preparades para eso. Como una olla a la que le pusieron la tapa y nos metieron a todxs dentro.

Después vinieron meses raros. Teníamos miedo, pena, rabia, y entremedio a veces, esperanza. No saber qué iba a pasar era la sensación más normal del mundo. Mirábamos por la ventana tratando de cachar que seguía pasando afuera, ¿qué hacían las calles sin nosotres?

Y es súper raro que esté hablando en pasado porque sigue siendo así. Lo que pasa es que después de esos meses terribles, en que quienes pudimos hacerlo, no asomamos ni la nariz a la calle y trabajamos desde nuestras casas, estar ahora haciendo algunas pequeñas actividades parece salvador.

Y como las cosas nunca son unidimensionales, y los torbellinos cuando ocurren, se llevan más de lo quieren, no me di ni cuenta cómo a mí también se me empezaron a mover asuntos.

Tengo 35 años y nunca he vivido sola. SOLA. Pasé de vivir en la casa de mis papás directo a vivir con mi ex pareja (sí, heavy). Luego que terminé mi relación, hace un poco más de un año, me vi en la encrucijada de tener que ver dónde iba a vivir, cómo iba a sostener todo lo que antes sosteníamos de a dos, yo sola.

Cuando empezó la cuarentena, mi (ahora ex) roomie se fue pronto a otra casa. Por primera vez en mi vida me quedé sola-sola. Cinco meses en que estuve yo, mis dos gatas y las paredes de mi casa.

Nunca pensé que la primera vez que me enfrentara a vivir sola fuera a ser así: obligada porque hay una pandemia mundial, se decreta cuarentena y el acto más normal que conocemos: salir a la calle libremente, ya no se puede hacer.

Cuando me dijo que se iba me dio una cuestión en la guata. Traté de disimular, yo creo que lo logré bien. -“Sí, obvio, bacán que quieras estar con tu familia, entonces tú me avisas cuando quieras volver”. Pensé que no me la iba a poder. Me imaginaba llamando a mis papás pa decirles que me iba a Antofa un rato… Igual eso no iba a pasar, pero a quién no le gusta proyectar drama.

Pero me asusté. Ya llevábamos unas tres semanas encerrades y todo era muy nuevo. La angustia era una constante para mí. ‘¿Qué voy a hacer sola?’ Porque una cosa es vivir sola, pero poder socializar, ir a tu pega, salir, tomar el metro, ver gente, conversar, conocer gente nueva, escuchar música en tus audífonos mientras vay en la micro, con el sol poniéndose al atardecer, VIVIR.

Pero otra es estar sola y encerrada, sin ver a nadie, con juntas por zoom como gran contacto humano, con miedo de contagiarte de una lesera de la que se va sabiendo de a poco, sin ver a tus papás hace un año. Y con todo un país con rabia porque los pobres se enferman y se mueren, y los cuicos hacen fiestas clandestinas sin que les importe nada, porque los hospitales colapsaron, porque cierran las ferias, pero no cierran los Malls, porque nos encierran, pero no nos dan ningún soporte para sostenerlo, entregándonos sin pudor, a la peor deriva posible: acostumbrarse a la indignidad. Un país entero con ansiedad.

¿Qué cresta voy a hacer sola? Yo nunca había estado sola en mi vida. Y estarlo no es solo la acción de estar sola. Finalmente estar en absoluta soledad genera miles de acciones y consecuencias que te ponen en jaque todo el tiempo y que no sabías que se venían.

Fueron pasando los meses de encierro y al principio no fui consciente de cómo lo estaba llevando, hasta que tuve esa conversación que se tiene con una misma, probablemente después de sacarme una buena dotación de selfies en el espejo de cuerpo completo de 4 lucas que me compré en la cuarentena, especialmente para eso (en serio), para luego elegir una y subirla al insta y entonces sentirme un poco mejor conmigo y mi cuerpo, y darme cuenta que, increíblemente, mi autoestima no andaba tan mal como yo pensaba (como yo casi siempre pensaba).

Entonces fui construyendo una especie de rutina. Digo “una especie” porque fue una rutina harto indisciplinada, pero fue lo que pude y lo que salió de esta improvisación llamada “me obligaron a vivir sola”.

Con el tiempo y mirándolo con distancia ya no lo nombraría así, sino más bien algo como “Tuve que vivir conmigo misma …y salió mejor de lo que esperaba”.

Esa rutina incluyó descubrir la maravilla de hacer desayunos más completos (más honestamente diría la maravilla de desayunar, porque antes nunca lo hacía), el pancito con queso y tomate al horno y la lechecita con plátano, hacer pequeños aseos diarios para comenzar el día y sentir que con todo limpiecito a mi alrededor, trabajaba mejor (siempre he sido así, solo que confirmé que aún viviendo sola, no abandoné estos pre/requisitos para ponerme a trabajar), duchas con música, por supuesto, casi siempre perreo a lo maldito, con intervenciones regulares de Thalía, Shakira y Chayanne, para empezar con mejor ánimo el día.

También incluía escuchar muchísimos podcast mientras cocinaba para el almuerzo. Este acto cotidiano se transformó casi en un rito; mi “momento” para escuchar podcast, era cuando cocinaba rico para mí. Así pasó varias veces que descubrí cosas tiernas, cosas interesantes, recordé. Así pasó por ejemplo, que lloré mientras me hacía un pastel de papas con queso, lo recuerdo perfecto. Fue con un capítulo de Las Raras. Yo acostumbro a llorar con ese tipo de podcast, y antes me pasaba que, a veces, iba en la micro escuchando un capítulo con audífonos y sin poder evitarlo: lágrimas. Obvio que me da un poco de vergüenza, y me las sacaba rápido haciéndome la lesa. Pero la primera vez que me pasó estando sola, en mi cocina pequeña, perfecta para mi cuerpo pequeño, mientras cortaba las papas en una mini planta de movimiento de mis manos, el resto de mi casa deshabitado, mis gatas andando por ahí, y yo con toda la atención en el relato, al principio me sentí un poco extraña. Ahí las papas, ahí el cuchillo, la tabla y el ruido que hace este al chocar con la tabla, el podcast sonando fuerte y yo emocionada con la historia, al punto de llorar. Entonces me di cuenta. Estaba sola. Estaba todo permitido. Mis reglas, mi manera de cortar las papas, de hacer el pastel, y de tocar mis emociones.

Se canta, se grita, se toca la guitarra, se compone en la madrugada, se canta todo el día, se escucha música nueva, se conocen historias nuevas, se permiten las emociones, se cocina, se viste bonito, se saca fotos, se escriben poemas, se escribe como loca, se escribe sin editar, no sabe escribir, se sube selfie, se pone mantel, se toma talleres nuevos, se hace un queque de plátano, se conoce gente nueva, se conocen mujeres hermosas, se enoja, se da cuenta que la cagó, se observa el pasado, se mira el futuro con menos miedo, se enamora, se enamora de nuevo.

El tiempo que pasó después, solo fue confirmando que estar SOLA ya había dejado de ser “eso” que pensaba me iba a pasar cuando ya nadie quisiese estar conmigo, porque hubiesen descubierto el monstruo que soy.

La soledad ahora era -es un concepto que puedo habitar por decisión, que me habita, que existe en mis muebles, en mis plantas que ahora riego con cariño, en mi cocina, atiborrada de condimentos, único lugar donde me permito una personalidad acumuladora sin sentido. En mi living, que ahora tiene tanto de mí, más que nunca, el piso con tantas pisadas mías que ya si me desaparezco un rato para ir a comprar, me extraña.

Traigo acá un reino que es infinito porque empieza y acaba cuando yo lo quiero. Y ahora ya no le tengo tanto miedo a desear cosas.

De mis otros miles de miedos inexplicables ya me haré cargo en algún momento, o quizás no. Por ahora, le pongo un ticket a la lista, en la parte que me enrostraba mi imposibilidad de vivir conmigo misma.

Mi reino es simplemente habitar todos mis costados, incluso el aire que arrastra mi espalda, el único cuerpo que baila en las paredes de mi casa.

--

--

Francesca Santoro

Compositora y actriz. El feminismo me salvó la vida. Siempre he querido escribir. Primer intento.